Por. Armando
Villa Vásquez
Adaptación del
cuento “la sopa de piedra”.
Hace muchas
lunas, cuando no existía ni el correo ni el E-mail, y los caminos eran de
herradura, las noticias por nuestro territorio Caribe viajaban a lomo de burro,
llevadas a todos los rincones conocidos
por un personaje que se hacía acompañar de un acordeón; tiempos después
llamado Juglar vallenato.
Cuentan los mayores, que en tiempos de los
padres de la música vallenata y recién llegada de Alemania el acordeón, la
región Caribe fue azotada por una hambruna que invadió todas las veredas, los
juglares fueron los encargados de llevar la mala noticia a los moradores de
nuestro territorio, como era su oficio, el de esparcir las acontecimiento que
sucedían por doquier.
Pacho,
Francisco Rada, campesino de pura cepa, autodidacta del acordeón, mujeriego
por excelencia cuya oralidad era reconocida por corregidores, alcaldes y
gobernadores, pero además hombre de una gran sensibilidad haciendo uso de su
reconocimiento y buena fama cómo juglar, se ideo una forma de mitigar el hambre
y despertar el espíritu de compartir entre nuestra gente, al decir de él, la
gente es jodida, solo con acordeón se reúnen así se pa´ jalarle la pita al
otro.
Testigo del
invento de Pacho, es don Milciades
Trejo, labriego de la vereda “Las Mulas”, tierra prospera y tan fértil,
que cuenta el viejo Milciades, “que cuando por descuido la mujer de uno dejaba
caer un pantaloncillo en la tierra nacían pelaos”. El caso es que cuando Pacho,
Francisco Rada Batista se percato del filo que estaban pasando la gente de la
región, cuenta el viejo milce, llegaba
con su acordeón, eso sí, no le fallaba el pantalón de dril y la camisa de
popelina pasados por almidón y por
supuesto el sombrero vueltio 21, a lomo de burro, burro pinta, de ello el
juglar se enorgullecía, porqué según su decir, “le abría las puertas del
corazón a muchas muchachas”; comenzaba a tocar el amor, amor desde la entrada
del pueblo a hasta la placita principal.
Al estar todos
y todas allí, el juglar sacaba un piedra de una
extraña forma, para algunos en forma de gallina, para otros de cerdo,
vaca, pavo o cualquier apetecido animal de monte, las formas de las piedras variaban dependiendo del
manjar que quisieran comer los “invitados”; el primer caso registrado en la
memoria de nuestros mayores paso en Céspedes, vereda ubicada en el cruce de
caminos entre Fundación y Plato, en el Magdalena grande, allí el viejo Pacho
congrego al pueblo a punta de los acordes de su instrumento, y al ver que solo
los más enfermos no estaban, inicio a ritmo de versos canta´o la convocatoria
para hacer un sancocho de piedras.
Fue así que
solicito una olla, con agua del pozo el vecino, emparapetó un fogón y
solicito que por favor le trajeran leña
de aromo, porqué según él solo el humo de este árbol era el condimento del
suculento sancocho; instalado el fogón, puesta a hervir el agua, el viejo Pacho
saco de dentro de un saco de fique que lleva al lado de la retranca de su burro
andariego una piedra del tamaño de una cabeza de carnero adulto.
La noticia se
esparció por todo el pueblo en menos tiempo que
el día en que el cura advirtió que en el pueblo por primera vez se había
detectado la infidelidad de una dama, lo que causo entre las parejas de jóvenes
la desconfianza mutuo hacia el cura que nunca aclara el rumor; Pacho, que era
como Dios manda, dijo: Ya están a punto de probar el sancocho que solo comen
los sabios del folklor vallenato, los reyes de la alta guajira y los mamos de
la sierra nevada, ya tenemos el agua hirviendo en la olla, el fogón y la leña
de aromo dándole el sabor que tanto gusta a estos personajes, solo un poco de
sal vendría bien, una mujer mayor que estaba a su lado le dijo, tranquilo
Pacho, yo tengo un poco de lo que queda
en la cocina, la busco y se la echaron, después al ver este gesto el viejo
mile, un cachaco que se había instalado en la región atraído por el tesoro, que
se había hundido en el arroyo el mulero en la época que por allí paso el
general Maza rumbo a Tenerife para ayudar en la batalla contra los españoles y
con estos doblones comprar armas para el ejercito de Bolívar, dijo, pues yo
aporto un hueso de rabo, que mi mujer ha
usado dos veces, y así, siguiendo el ejemplo de la mujer mayor y del cachaco
Mile, todos fueron trayendo un poco de lo que les quedaba de la crisis.
Estando el
sancocho listo, Pacho convoco al disfrute ejecutando su acordeón, en la plaza
se dio una gran fiesta, totuma en mano todos degustaron del sancocho de
“piedra” y por un momento la gente entendió que no lo solo el acordeón
satisface el alma sino también el estomago.
El sancocho de piedra se hizo famoso, al tiempo que fue tarea de todos
los juglares promoverlo en sus comarcar y regiones, el sabor vario de acuerdo
al pueblo; el gusto por él se transmitió de generación en generación, y
nuestras gentes estarán siempre presta a convocarse en cualquier plaza con los
ritmos de una acordeón para degustar el mejor de los sancochos y afrontar cómo en antaño las más diversas crisis.
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